Nuestro oleo nunca ha sido blanco, y entre tanto prefiero mil veces a Buonarotti, pero de vez en cuando, sí! En esas mismas coníferas!, encontramos una obra de Sandro Botticelli, nos es Florencia - aclaro. Pero en verdad que bailan sin darse cuenta con una majestuosidad similar a las de sus pinturas.
Brillante y azulado aquel día en el que encontramos una obra caminando descuidada, que nos recuerda los rostros del pincel de Raffaello Sanzio, y en efecto quién más si no?, nos lleva imperceptiblemente a pensar en las obras del omnipotente, aquellas que ningún pincel humano ha podido ni podrá lograr.
Y camina arrastrando mi imaginación psicotizada, afilando las pupilas, rodeándole de signos de exclamación, y en un momento los otoños pueden levantar primaveras de nuevo, un enorme portento de cuyo gesto podemos vivir amando el arte.
Poco civilizado quien no desarrolla el paladar y la sensibilidad para el arte, de ahí se desprende quizá el hecho de que muchos diamantes hayan caído del oleo y de sus mejillas debido al maltrato por parte de las mentes pequeñas, las bestias de las coníferas, que aun cuando los tiempos les obligan a pisar más de dos mil mosaicos en el palacio de la humanidad, sus instintos les encadenan al siglo de la noche.
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